Venerable José Rivera, Pbro.

NUESTRA ACTITUD ANTE LA FIESTA DE PENTECOSTÉS

La esperanza y el deseo confiado de recibir al Espíritu Santo y los efectos de su acción en nosotros.

El fruto está proporcionado a nuestra esperanza. Solamente la deficiencia de nuestras disposiciones limitará la abundancia del fruto. Pues Dios quiere darnos mucho más de lo que nosotros podamos imaginar. E incluso de distinta manera de lo que imaginamos.

1.– La esperanza incluye el deseo: Se trata por tanto de actualizar y excitar el deseo de recibirlo.

Ante todo, hemos de examinar el deseo que tenemos ahora. Y compararlo con los deseos de las realidades terrenas: conocimientos, amistades, éxitos, seguridades materiales… Y hemos de revisar no solamente el sentimiento –que podría ser menos intenso sin grave daño–, sino principalmente la voluntad.

Los deseos de la voluntad se conocen por la decisión operante respecto de los medios requeridos: ¿Qué hemos ido haciendo para disponernos a acoger al Espíritu Santo? ¿Qué estamos dispuestos a hacer?

El deseo se acrecienta con la proposición de los motivos: Contemplación de la Persona del Espíritu Santo: divina, infinita, infinitamente amable y con un amor infinito por cada uno de los hombres… Contemplación de los bienes que quiere darme: Purificación de mis errores, ignorancias…, de mis egoísmos, de mis tendencias sentimentales extraviadas… Transformación de mi personalidad: Elevación al orden inmediato de lo divino, acrecentamiento de virtudes, facilidad en sus operaciones.

2.– La esperanza incluye la confianza: De nada serviría conocer la grandeza del Espíritu Santo y la conveniencia y necesidad de sus dones, si no supiera que se me ofrecen. Debo, por tanto, considerar los motivos que tengo para confiar en que Dios realmente quiere comunicarme su Espíritu Santo:

  • Hacerme consciente de que para ello ha venido Cristo y ha vivido en la tierra, según hemos ido contemplando a lo largo de los dos ciclos litúrgicos de Navidad y Pascua.
  • Confianza, además, que quiere comunicármelo ahora. Actualizar la conciencia de la eficacia de la liturgia. Pentecostés pone término al ciclo pascual, que va del Miércoles de Ceniza a Pentecostés. Durante el cual hemos pedido en nombre de Jesucristo, con las oraciones de la Iglesia, esta comunicación del Espíritu; esta vivencia relativamente plena de la vida divina; esta purificación personal, hasta la restitución de la inocencia, con la desaparición de las huellas de nuestros pecados precedentes. Luego todo eso debemos esperarlo en esta fiesta.
  • Ahora bien, no necesariamente lo vamos a recibir todo en su última perfección, ni que se advierta hoy mismo. Pero sí de modo que se produzca una maduración muy intensa, un progreso muy rápido y notable en nuestra vida cristiana. Y que ha de notarse, si no ahora mismo, sí muy pronto. Una fiesta de Pentecostés normalmente debe poderse percibir como fructuosa al menos en poco tiempo.

3.– Advertir que, tratándose de una fiesta litúrgica, los frutos no pueden tener un carácter meramente individual, sino comunitario y eclesial. En ambos aspectos, –deseo y confianza– hemos de considerar las motivaciones universales Y eternas. Así la urgentísima necesidad de la Iglesia y del mundo. Y la certeza de nuestras capacidades de convertir los ambientes de modo igual a lo sucedido en los comienzos de la Iglesia, en el Pentecostés histórico. Así precisamente lo pide la oración de la Misa de ese día: Dios quiere hacer las mismas maravillas…

PRESENCIA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA EUCARISTÍA

El tiempo litúrgico no hace sino desarrollar más expresivamente, de manera acomodada a nosotros, a lo largo de un tiempo relativamente largo, la realidad que acontece cotidianamente, a cada momento, en la celebración eucarística.

El fruto más inmediato del ciclo pascual es el don del Espíritu Santo que nos capacita para participar más y mejor en la Eucaristía.

Por ello dedicaremos esta segunda meditación a pensar en la presencia del Espíritu Santo en la Misa, tal cual nos lo expresan los textos litúrgicos. Pero es evidente que la meditación ha de repetirse después con mucha más frecuencia, hasta que la esperanza de recibir una intensificación de nuestra relación con el Espíritu Santo, en cada Misa, sea una actividad moralmente continua entre nosotros.

A.– ES PERSONA:

En primer lugar, el Espíritu se nos manifiesta como Persona divina, igual al Padre y al Hijo y procedente de ambos; nos dice que es el Espíritu del Padre y del Hijo, es decir, el aliento del Padre y del Hijo.

Textos:

  • Al comienzo: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». En paridad absoluta con el Padre Y el Hijo; actuando con ellos y como ellos. Y siendo con ellos y como ellos, fin de nuestra actividad.
  • En los Kyries: Le invocamos igual que al Padre y al Hijo; suele pensarse que se dicen tres invocaciones dirigiéndose a las tres Personas.
  • En el Gloria: Igual que Jesucristo: el sólo santo, Señor, Altísimo…
  • En el Credo: Procede del Padre y del Hijo Y con ellos recibe una misma adoración y gloria.
  • En la bendición: Pedimos la bendición de las tres Personas.
  • A lo largo de las diferentes Plegarias eucarísticas pedimos al Padre que nos envíe al Espíritu.
  • En la doxología: Señalamos la misma igualdad para las Tres.

B.– RESPECTO DE CRISTO:

El Espíritu se nos manifiesta como el que ha preparado el pueblo judío para la Encarnación: En el Credo, «Que habló por los profetas».

Se nos manifiesta como el que ha formado el cuerpo de Jesucristo en el seno de María Virgen: En el Credo, «Por obra del Espíritu Santo se encarnó de María Virgen». En el Prefacio de la plegaria eucarística (PE) II: «Hecho hombre por obra del Espíritu Santo». En la PE IV: «Se encarnó por obra del Espíritu Santo».

Se nos presenta como el que inspiró a Cristo su entrega por nosotros: En la oración del sacerdote antes de la Comunión.

Como el que actúa para que el cuerpo de Cristo se haga presente, es decir, el que obra la consagración: PE II: «Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros cuerpo y sangre de Jesucristo. PE III y IV: expresiones de igual sentido.

C.– RESPECTO DE NOSOTROS:

El Espíritu se nos manifiesta como la Persona que forma a la Iglesia. Notar que en el Credo la expresión no es muy perfecta, pues da la impresión que creemos en la Iglesia lo mismo que creemos en las Personas divinas. El significado, en realidad, es que lo mismo que el Padre crea y el Hijo redime, el Espíritu Santo forma la Iglesia con sus cualidades (una, santa, católica, apostólica…); actúa en el bautismo (somos bautizados en el Espíritu Santo), resucita a los muertos y nos da la vida eterna.

Es el que nos congrega en la unidad, haciendo un solo cuerpo de todos. Así en la PE II: «Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo». Lo mismo dicen las PE III y IV.

El Espíritu hace que vivamos toda la vida entregados a Cristo, es decir, en comunión con Él, hechos víctimas y ofrendas con Él: PE III: «Que Él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos». PE IV: «…para que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, desde tu seno al Espíritu Santo». «Congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria».

Él es quien nos congrega en la Misa misma: Así comenzamos en su nombre, es decir, impulsados por Él. En la PE III decimos: «Con el Espíritu Santo… congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso».

El Espíritu nos fortalece para vivir la Misa después de acabada: «La bendición de Dios Padre… y Espíritu Santo».

D.– NUESTRA POSTURA ANTE EL ESPÍRITU SANTO:

En el Credo decimos que creemos en el Espíritu Santo. Creer, en su sentido pleno, significa:

  • Conocer su existencia, su intimidad. Conocer por tanto su actividad.
  • Conocer la relación en que estamos con Él. Ser conscientes de su acción en nosotros y en nuestro derredor.
  • Significa fiarnos de Él, pero fiarnos plenamente, puesto que sabemos que es una Persona divina, conocemos su presencia continua en nosotros, su deseo de dársenos a conocer, su actividad continua sobre nosotros, pero actividad continuamente amorosa y omnipotente.
  • Significa que le amamos, pues le sabemos santo, omnipotente, sabio, perfecto, continuamente presente en nosotros y actuante y todo ello nos gusta, nos complace, nos tranquiliza.
  • Significa que nos alegramos de depender continuamente de Él, que nos consuela saberlo, que eso nos compensa de tantas incomprensiones y nos alienta sabiendo que nuestros trabajos no serán en suma trabajosos, cuando sepamos esto de verdad y nos demos cuenta de ello.
  • Que nos damos cuenta también de que Él nos ha dado a Cristo en la tierra y llenándola y rebosando en su humanidad que está ungida, como empapada, rezumante de Espíritu, se nos da a nosotros a través del Cuerpo de Cristo. Por tanto, que en la comunión deseamos recibir este aliento de vida, este soplo divino que nos fortalece. Pero deseamos recibirlo como es, Persona divina consciente de que se nos da, que sopla sobre nosotros, dentro de nosotros, porque también él nos ama.
  • Supone que creemos que cuantos menos obstáculos pongamos, más vendrá a nosotros y nos fortalecerá, nos iluminará y nos llevará al conocimiento sabroso y pleno y activador de la Verdad divina. Que nos iluminará en nuestras actividades, mientras estamos en la tierra.
  • Significa que creemos que sólo cuando hemos inspirado este aliento divino y en la medida en que lo hemos inspirado y alienta por tanto dentro de nosotros, podemos unirnos. Que dos personas que están alentadas por el mismo Espíritu Santo están necesariamente unidas.
  • Supone que nos damos cuenta de que Él nos bendice, de que dice su palabra buena, santificadora sobre nosotros y con ello fortalece e ilumina nuestra vida entregada.

Por tanto, vamos a Misa con este deseo de recibirlo y con este deseo de iluminar, con la fuerza que Él mismo nos da, en unión con el Padre y con Cristo, los obstáculos que limitan su acción y que se reducen a los apegos de nuestro egoísmo.

Una Misa, oída todos los días con este deseo de recibir al Espíritu Santo, de dejarnos «insuflar» por el Padre y por Cristo, es inimaginablemente santificante.

Y al conocer más a más a esta Persona y al darnos cuenta de su valor infinito, amaremos más al Padre y a Cristo, que nos le dan. Y amaremos más a los demás hombres, a los cuales también Dios Padre y Jesucristo quieren comunicársele. Y sufriremos por la mala acogida de muchos y rogaremos confiadamente por ellos y nos arrepentiremos de nuestra poca conciencia de tenerle presente y pediremos que nos cambie, que nos transforme totalmente.

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