La palabra “venerable” significa literalmente “digno de veneración”. La Iglesia otorga este título oficialmente sólo a aquellos hijos suyos que han vivido todas las virtudes evangélicas en grado heroico. Así, tras un proceso de investigación verdaderamente exhaustivo, en el que no se supone nada, sino en el que ha de quedar demostrado todo con pruebas claras e inequívocas, referidas a cada una de las virtudes teologales y cardinales, la Iglesia dicta que reconoce que este hijo suyo ha respondido a la gracia de Dios de manera heroica en el ejercicio de las virtudes.
No es, por tanto, un simple título honorífico o de dignidad. Es el título con el que la Iglesia propone este hijo suyo como admirable y modélico por sus virtudes, digno de respeto y de imitación, “venerable”. Esta propuesta oficial y pública de la Iglesia nos estimula a todos a fijarnos en el venerable José Rivera no sólo como en alguien a quien subjetivamente nos gusta admirar, sino como alguien a quien la Madre Iglesia le gusta que admiremos, respetemos e imitemos, como a un hijo suyo modélico por sus virtudes.
En este primer escalón del Proceso de Canonización, la Iglesia ha reconocido lo ejemplar que ha sido la vida de D. José Rivera. El siguiente escalón llegará cuando la Iglesia reconozca que, además de admirar sus virtudes y de imitarlas, debemos acogernos a su intercesión porque haya quedado comprobada su eficacia por la demostración de algún milagro realizado. Entonces será proclamado “beato” por la autoridad de la Iglesia, y será propuesto para que le tributemos culto público y oficial en la Diócesis de Toledo, y en donde disponga la Santa Sede. El siguiente escalón llegará cuando se pueda comprobar y demostrar otro milagro, realizado después de la beatificación. Entonces será proclamado “santo” por el Papa, y será propuesto para que se le dé culto público en toda la Iglesia Universal.
Tras la proclamación de venerable, nuestro deber es admirar, respetar e imitar a D. José Rivera en sus virtudes. Y, además, acogernos a su intercesión privada pidiéndole las gracias ordinarias y extraordinarias que necesitamos, incluyendo, por supuesto, la realización de algún milagro que manifieste la gloria de Dios a través de su intercesión.
Fernando Fdz. de Bobadilla
-vicepostulador-