POEMA LVI

 

Verde, macizo, vertical anhelo

fuiste ayer y sombra protectora.

Inútil maderamen sois ahora,

Hojarasca podrida por el suelo.

Sola se yergue con ansión de cielo

la que plantó mi infancia soñadora,

la que, lejana, el corazón añora,

Fortaleza y estímulo y consuelo.

Jubiloso vergel, hoy triste yermo

sin otra vida en su rigor marchito,

que el cielo sobre sí, y en sí la acacia.

Así en mi pobre corazón enfermo

Aún corre el soplo de Yavé infinito

y mi acacia ideal lozana crece.

POEMA LVII.

 

No de duda y temor entre girones

Jubiloso el amor su fruto alcanza;

Tronchadas las frondosas ilusiones,

Se marchitan mis ramos de esperanza.

POEMA LVIII.

 

Yo no sé de que raíces

Brotó en el jardín un día

Ni de donde el alborozo

De mi infancia al descubrirla.

El jardín era de todos,

Pero la acacia era mía.

Qué ternura de cuidados!

Qué gozo de su crecida!

Qué abrazos para su tronco!

A sus ramas qué caricias!

Y qué besos en sus hojas!

Para marzo verdecidas!

Que comunión de sus flores,

Únicas, múltiples, níveas!

Qué nostalgias en ausencia,

En presencia, qué delicias!

A mi retorno la acacia

En robusta gallardía

Se levanta hasta los cielos

Y se me pierde de vista.

Ya no alcanzaban a sus ramas

Las ansias de mis caricias.

Lo mismo que una hija moza

Del padre no necesita.

Ahora es ella quien me presta

De su ternura la dicha;

De los soles que me abrasan

Con su sombra me cobija,

Y con su tronco descansa

Mi cabeza dolorida.

POEMA LIX.

 

La que en macizo y levantado anhelo

Me prestaron su sombra protectora,

Inútil maderamen son ahora,

Hojarasca podrida por el suelo.

Sola y grácil elevase hacia el cielo

La que cuidó mi infancia soñadora

La que aún, lejana, el corazón añora,

Recuerdo ardiente en estación de hielo.

Como el jardín dilecto y desolado

El campo de mi vida está marchito

Se agostó la ilusión, todo perece;

Mas en el ancho yermo calcinado

Aún corre el soplo de Yavé infinito

Y el árbol de tu amor lozano crece.

POEMA LX.

 

Por donde quiera que vaya,

Con su sombra y con su arena

Conmigo viene mi acacia.

Yo que me partí, romero,

A recorrer solitario

Caminos de espacio y tiempo!

Y ahora siempre su presencia;

A todo cielo me apunta

y me aroma toda tierra.

Que soplen los vendavales!

Sacudidas no la rompen,

Me acarician sus follajes.

Que los años se deslicen!

Mi acacia no va con ellos,

Ahonda más sus raíces.

Y adondequiera que vaya

Mi acacia viene conmigo

En mi corazón plantada.

POEMA LXI.

 

Solitaria vela. Nada

Perturba el gozoso hacer

Que me construye en mi ser

Intelectual. Madrugada.

Guillén y Bach. Hoy y ayer

Acompañan mi tarea.

Y la ciudad, que recrea

Al fondo el amanecer.

POEMA LXII

 

Pasan en masa uniforme

Única manada enorme,

Presa de igual sortilegio.

Yo hago mi camino egregio.

Rebaño eterno, infinito,

Único y confuso el grito,

Pisando el mismo sendero.

Yo silencioso, señero.

Enlodado, polvoriento,

encorvado bajo el viento,

rastreando lo imposible.

Yo intacto, erguido, impasible.

Deslumbradas las pupilas,

Sudorosas las axilas,

De angustia el corazón lleno.

Yo claro, enjuto, sereno.

Caminantes de la tierra,

Claman paz y se hacen guerra.

Por el cielo es mi camino,

Les ofrezco el don divino.

POEMA LXIII.

 

Llanto en los ojos, sí. Copioso llanto

Que para toda vanidad los ciega

Y en su manso caudal lava y anega

tanta inmundicia, vano querer tanto.

Miedo, no. Pasmo sí. Gozoso espanto

De este sublime Amor que se nos llega;

Solicita el amor en dura brega;

Sella su triunfo en este morir santo.

Ya no tengo raíces en el suelo;

Una sola raíz ya desde el cielo

Continua sobre mí su savia vierte;

Ya no vivo la vida de este mundo;

Ya vivo todo, lúcido, jocundo

A otro lado del reino de la muerte.

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