Conocí a D. José, si mal no recuerdo, en el año 1978. Tenía 18 años, y estudiaba en Toledo.
Un día caminaba cerca de la catedral, con una amiga, cuando una señora (que no conocíamos, y resultó ser Pepita Zamorano) nos paró y nos invitó a un retiro que tendría lugar en la Casa de Ejercicios, con motivo del Adviento. Agradecimos educadamente la invitación y seguimos nuestro camino comentándola sorprendidas: no conocíamos a la señora, no habíamos estado nunca en la Casa, y aquello del retiro era nuevo para nosotras. Sin embargo llegó el día y mi amiga y yo asistimos al retiro. Nos encontramos con un grupo de personas que escuchaban a un sacerdote que parecía mayor, con gafas y pelo blanco; no entendíamos muy bien lo que decía ni por qué de vez en cuando se reían los asistentes… mas a pesar de la experiencia de la mañana, volvimos por la tarde… y desde aquel día fuimos unas de las “corderas” de D. José: vinieron otros retiros, misas, confesiones, charlas, estudio del evangelio de San Juan, ejercicios espirituales…
Mis primeros Ejercicios con D. José tuvieron lugar en el centro diocesano “Madre de la Esperanza” de Talavera de la Reina. Una vez más ni conocía el sitio ni sabía muy bien a lo que iba; en mi maleta puse libros para estudiar y leer y papel para escribir, pensando que me costaría aguantar allí una semana. Sin embargo los días pasaron tan gustosamente, que aún recuerdo la noche del jueves velando ante el Santísimo y la gozosa serenidad que me invadía cuando finalizados los Ejercicios, volví a mi ambiente. Tras aquella experiencia, casi todos los veranos, en agosto, una semana estaba reservada para hacer Ejercicios con D. José: así vinieron después los de Zamora, Ciudad Rodrigo, El Valle de los Caídos, Sigüenza … los últimos en 1.990.
Me fijé en su físico: sentado y hablando, sobre todo si estabas lejos, parecía un abuelo: pelo blanco, gafas, barbilla adelantada… de hecho cuando me dijeron su edad comenté “parece más viejo”. De pie era grande, tenía un andar enérgico y seguro, cuando te adelantaba por las calles de Toledo con aquellos zapatones asomando por debajo de su sotana, no daba la sensación de tener prisa, sino de saber muy bien por donde pisaba y hacia donde se dirigía. Y cuando se reía con aquella espontaneidad y aquellas carcajadas parecía un niño. Pensé de él es un hombre grande con alma de niño y ese contraste le caracterizó ante mis ojos siempre:
- Hablaba sabiamente pero haciéndose entender, lo que aseguraba con su “¿me explico?”, y con la multitud de ejemplos con que poblaba sus enseñanzas. Enseñaba sabiduría con ejemplos de andar por casa
- Su ruda apariencia contrastaba con la ternura que emanaba de él cuando en silencio te escudriñaba con aquellos ojos claros, mientras derrochaba paciencia oyendo cuanto necesitabas contar
- La exigencia que tenía consigo mismo, se tornaba comprensión y misericordia hacia los demás. Te mostraba el camino, te hacía ver que tenías que poner de tu parte, pero dejando muy claro que la obra es de Dios y tú solo tienes que dejarte hacer; que lo que viene de Dios no agobia sino que da paz
- La profundidad de los temas contrastaba también con su sentido del humor, salpicando sus meditaciones con ejemplos y comentarios que sacaban sonrisas, o chistes que arrancaban la risa de los asistentes
No fue D. José mi director espiritual ya que afortunadamente ya lo tenía, pero contribuyó notablemente a mi enriquecimiento espiritual. Me ayudó a conocer la misericordia de Dios Padre y su ternura; a apreciar la obra redentora de Cristo; a experimentar la acción del Espíritu Santo; a ver a María como Hija, Madre y Esposa del mismo Dios y colaboradora de su obra. Con él aprendía a obedecer y a amar a la Iglesia y a aceptar y a orar por sus pastores. Me explicó el Credo y cuanto en él se significa; el valor de las vidas consagradas y la comunión de los santos. Me enseñó a valorar a cada hombre por lo que tiene de Dios. etc. etc.
Edificaba no solo con su enseñanza sino con su propia vida. Jamás he podido olvidar como me impresionó su testimonio en algunas ocasiones. Recuerdo que en los Ejercicios de verano, solía acompañarse de algún discípulo joven en el sacerdocio; en una ocasión, Salvador creo que se llamaba, exponía el Santísimo mientras D. José era su ayudante ¡Cómo me edificaban las dos figuras: el joven “novato” que se pisaba las ropas sacerdotales cada vez que arrodillado tenía que ponerse en pie y que humildemente aprendía y se dejaba supervisar y ayudar por su maestro, y la del maestro, enseñando, confortando.. En otra ocasión fue un viernes, esta vez el “novato” era Jose-Manuel A. Ampuero En la celebración penitencial, tras la preparación llegó el momento de las confesiones, Jose-Manuel se puso en una silla junto al altar y D. José antes de meterse en el confesionario se hincó de rodillas y fue el primero en confesar; aquella imagen del maestro confesando ante el discípulo fue para mí impresionante y sumamente edificante en lo que al sacramento de la penitencia se refiere. (al igual que sus palabras, las imágenes y los recuerdos se agolpan, se podrían decir tantas cosas…)
- José fue para mí el testigo que hizo del Evangelio su bandera, que se identificó con Cristo y lo comunicó a los hombres no solo porque le conocía y le amaba, sino porque era uno con Él, así podía seguirle y llevarnos a nosotros a Él.
Don José era:
- padre: dando vida con los sacramentos, orando, escuchando, predicando, amando…,
- hermano: compartiendo, acompañando, dando ejemplo, ayudando
- amigo: siempre estaba cuando le necesitabas
- sacerdote: hombre de Dios para llevar a Dios a los hombres , para llevar a los hombres a Dios
- cristiano: discípulo de Cristo, testigo de Cristo, identificado con Cristo
Si cuando le conocí pensé de él que era un hombre grande con alma de niño, conforme le fui tratando pensé que era un hombre de Dios que me daba a Dios y me conducía a Dios. Y si me pareció más viejo de lo que era cuando le conocí también me pareció que según envejecía ganando años para la vida terrena, se iba haciendo niño para el cielo, y así se fue despegando de cuanto le retenía en este mundo, de bienes, de seguridades, de salud… para terminar como un niño en los brazos maternales del Padre. Aún me emociono al recordar su muerte y la certeza que tuve de que si nos había ayudado en la tierra seguiría velando por nosotros desde el cielo, así lo compartí con una amiga desolada por su pérdida; si su labor fue tan magnífica mientras anhelaba el rostro de Dios es este mundo, sería mejor ahora que ya estaba junto a Él.
Treinta años después de conocerle y 20 después de su muerte, la influencia de D. José en mi vida sigue siendo una constante, sus palabra sus enseñanzas, su testimonio siguen presentes; y no solo su labor directa sino la labor a través de los sacerdotes y las personas que como yo tuvimos la gracia de conocerle. Aunque suelo encomendarme a los santos, lo de hacerlo a uno en particular, pidiendo algo concreto siempre me ha asustado un poco y no lo había hecho antes; pero hace casi dos años rezo la oración de D. José encomendando a su intercesión una gracia muy especial, reconozco que no la rezo a diario y que cuando la hago me aferro sobre todo a la frase “Tú que hiciste a D. José admirable por su confianza en tu Gracia” , porque para Dios nada hay imposible.
Cuando se inició el proceso de beatificación y D. Demetrio, presidente entonces de la Fundación nos pidió en un escrito el testimonio sobre D. José, me puse de inmediato a ello, pero no llegué a mandarlo. Aunque por diversas circunstancias me he retrasado hasta el último día del plazo, agradezco al cielo esta nueva oportunidad ya que los que tuvimos la suerte de beneficiarnos con su trato, de conocer la obra que Dios hizo en él y a través de él, y estamos convencidos de que continúa haciendo, por nuestra propia experiencia, tenemos que darlo a conocer. Es por eso que envío mi testimonio a la mayor gloria de Dios.
Nota: En mi escrito nombro a otras personas, temiendo que esto no sea del todo correcto, sobretodo porque no he contado con ellas, ruego se tenga en cuenta esta observación y se corrija el texto si es necesario
Enero, 2011