Soy una maestra de Polán. Concí a D. José Rivera cuando estudiaba 1º de Magisterio, hace ya unos 35 años. Tuve la suerte de escucharle en Retiros y Ejercicios Espirituales, así como poder hablar con él. Lo conocí por medio de una compañera-amiga que me invitó a los primeros Retiros que hice con él. Fue un regalo del Señor porque no todos los días te encuetras con santos como lo era D. José. Llevaba la santidad reflejada en su rostro, tenía una expresión serena y feliz en todo momento. La primera vez que lo escuché en los Retiros me llamó la atención la forma que tenía de plantear temas tan importantes como el ampor de Dios a  todas las personas, independientemente de cómo fuera nuestro pasado o nuestro presente. Ese amor incondicional que nos es tan dificil de comprender. Eran temas profundos pero explicados de tal forma que te parecía de lo más sencillo poder vivirlo. Te hacía ver que no tenemos que hacer nada extraordinario para ser santos, que es a lo que todos estamos llamados (esto lo repetía con frecuencia), sólo dejarnos amar por Dios y fiarnos de Él. Y te convencía lo que exponía en sus charlas y meditaciones porque todo lo que decía lo vivía, lo experimentaba en su propia vida. Varios temas que desarrollaba me causaron impresión: la santidad, la oración, la confesión, la eucaristía, los apegos, la cruz, etc. Todos ellos eran temas que ya conocía pero escuchados en él eran totalmente distintos. Algunas charlas te dejaban «k-o» porque tocaban lo más profundo de nuestro interior, pero sabía compaginar y de ven en cuando contaba alguna anécdota de humor, relacionada con el tema que estaba tratando, para romper esa «tensión espiritual» que se iba produciendo. Fue una persona muy inteligente y muy culta, pero a la vez sencilla y cercana para todos. No entendía de clases sociales, para él todas las personas eran iguales. Más bien se inclinaba por los pobres, por los indigentes y, sobre todo, tenía predilección por los gitanos. Recuerdo el día que trasladaron el féretro, cómo se «peleaban» entre sí para llevarlo. Fueron escenas impresionantes. Hoy, después de 20 años de su fallecimiento, le sigo recordando con ese cariño y cercanía que tenía hacia él cuando lo teníamos presente físicamente. He pasado por momentos difíciles y en esos momentos me he encomendado a D. José. Le he pedido con todas mis fuerzas su intercesión. Y él ha intercedido, ha estado ahí con nosotros y se han solucionado los poblemas. Acostumbro a rezar la oración de la estampa. Lo hago como novena y siempre lo ofrezco en acción de gracias por lo recibido y pidiendo su protección en las dificultades que se presenten.

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