Así al acabar Octubre iré a vivir a la Casa Sacerdotal. Claro que respecto de los feligreses sería más claro testimonio -materialmente- la casa de San Cipriano. Pero Dios sabrá lo que quiere. Y por de pronto creo que el ser testigo es espontáneo, cuando se viven un poco las cosas. La vida sacerdotal me parece extremadamente fácil y santificadora. Es embalarse en una obra de Dios, en que Dios mismo te mueve, es actuar la fe y la caridad, y la esperanza en un movimiento continuo sin esfuerzo. Escuchar a todas horas la voz del Padre que te cuenta el amor que tiene a sus hijos y contárselo suavemente a ellos.
Yo creo que si del seminario se saliera con la fe algo más que medianamente actuada no habría problema especial de santificación sacerdotal. Se nos ha dicho mil veces que el sacerdote es el padre de las almas, y esto -mitad verdad y mitad metáfora- se ha entendido de una manera egoísta y antropocéntrica, sin darse cuenta que lo que tenemos es una participación pequeña -pero real- de la paternidad inefable y absoluta de Dios. Y de ahí han venido las sensibilidades de los primeros fervores y la postura independiente y neutra de después.
Yo sólo pido a Dios que me aumente cada día esta convicción de que participo de su Paternidad y por tanto no soy un oficial que sirve desde las fuera a los feligreses, sino un padre que estoy en la raíz de sus problemas, por cuanto no son primariamente suyos. Y así todo, en los expedientes como en las extrema-unciones. Cuando una persona me pide la comunión, es Dios quien la mueve, y soy yo también, que estoy todo el día intercediendo por la parroquia, y sólo en tercer lugar se mueve ella a pedirla, y si ella la recibe, antes está el amor de Dios y el sufrimiento de Xto. y mi volundad de dársela. Los fieles no saben los bienes que reciben, tan bien como yo, ni tienen tantos deseos de alcanzarlos como yo de dárselos.
(Carta a su madre y a su madrina)
