Me llamo Amparo Cabañas, tengo 51 años, casada, vivo en Villaluenga de la Sagra (Toledo), soy profesora.

Tuve la suerte y el privilegio de conocer a D. José en Toledo sobre el año 1977, siendo estudiante, a través de amigos comunes. Nada más verle me llamaron la atención varias cosas: su apariencia sencilla y humilde, su forma de vestir, cercanía, alegría, buen humor, simpatía…

Empecé a coincidir con él varias veces, después a confesar, oírle predicar, ir a retiros, hacer ejercicios espirituales…De esta manera pasó a ser mi director espiritual, amigo, psiquiatra y como mi  padre.

Ha sido muy importante en mi vida, me ha dado mucho (comprensión, confianza, cariño, seguridad, tiempo…) sin ninguna exigencia hacia mí. Mientras vivió él fue mi mejor amigo, cada vez que le llamaba, daba igual la hora que fuese (hasta de noche) y el lugar (Madrid, Toledo, mi pueblo…), siempre estaba dispuesto a recibirme, con buen humor, nunca se enfadaba. Me ayudaba mucho, ante cualquier problema o inquietud siempre encontraba la solución y hacía que me tranquilizase. Incluso, cuando estudiaba la carrera, me hizo trabajos, se  leyó por mí algunos libros, hacía los comentarios y me los explicaba. Era increíble su capacidad de entrega, sacrificio, trabajo, sabiduría.

Con él aprendí lo que era la Santísima Trinidad, el amor de Cristo, a ver a un Dios Padre bueno, que me ama,… Decía que cuando Dios quiere algo de nosotros nos va a dar la fuerza para llevarlo a cabo y no nos va a costar, si no es así es que aún no  estamos preparados para ello. Es tan fácil como dejar que actúe en nosotros, lo único que tenemos que hacer es no poner barreras. Él estaba siempre unido a Cristo en la oración, la Eucaristía, ayudando a los demás…Confiaba plenamente en Dios Padre.

El último año de mi estancia en Toledo, todas las mañanas a las 8 h, iba a la misa que él celebraba en el convento de Jesús y María, había recogimiento y silencio y me impresionaban mucho sus predicaciones, su forma de consagrar, verle tan ensimismado,…incitaba a la contemplación de Cristo, sentía una gran calma y paz. Muchos días, al finalizar aquellas misas me llamaba a la sacristía, las monjas le preparaban el desayuno, él se tomaba el café y a mí me hacía  comer los dulces, decía que de esa forma le hacía un doble favor, sabía que yo había desayunado y las monjitas se quedaban tranquilas pensando que se lo había comido él, se guardaba unas galletas para un perrito, que le esperaba cerca de su casa y que decía que era amigo suyo.

No solo se ocupaba de nuestro bienestar espiritual, sino también del físico y mental. Entre otras cosas, me ayudó a superar mi baja autoestima, preparaba unas tareas a máquina, yo las hacía y luego quedábamos para comentarlas. También me  proporcionó algunos de mis primeros trabajos.

Era especialmente generoso, no tenía apego a nada, despegado hasta de sí mismo, amante de los pobres… Su vida fue ejemplar, quería llegar a ser Santo y estoy convencida que así es.

Ahora no hay duda de que me continúa ayudando y que sigo recibiendo gracias a través de su intercesión. Siempre me encomiendo a él. Le hablo, le rezo, le pido, de vez en cuando leo sus escritos y rezo su oración.

Hay muchas cosas en las que me va bien y noto su presencia: mi matrimonio, mi hija, la estabilidad emocional, el trabajo…Aprobé una oposición, algo que parecía imposible (con su estampa en el bolsillo y cogida de la mano). Cuando algo va mal le pido fuerza para saberlo llevar…No me defrauda. Sé que nunca me va a abandonar.  

Muchas veces hablo de él a las personas que me rodean, paso los folletos que me envían y les digo que se encomienden a él.

Creo que se le debería conocer mucho más, su vida de sacrificio, entrega y santidad lo merecen.

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