Y de todos sus objetos. Cuando todo ello ha sido desmenuzado, quemado, desvanecido, entonces el Espíritu nos llena, y traspasa, y sopla poderosísimo, incontenibe, a través nuestro. Y ello no es tarea horrible, como imaginan. Es asunto, no más, de confianza, de fiarse de Él, de no entercarse en resistirle, en obrar a nuestro capricho, según nuestro juicio, nuestro gusto, nuestro natural instinto. Asunto de oración, de recibir su palabra, de esperarla pacientemente, de seguir creyendo, aunque parezca que tarda… En verdad hace tiempo que yo no tengo, o apenas tengo, que esperar; que el menor tornarme a Él, en esperanza, es inmediatamente fructuoso. Pero, hubo un tiempo en que hube de creer contra lo que veía palpable, de esperar contra toda razón humana de esperanza. ¡La gran gracia inicial! Porque esperaré… ¡Aquellos meses de mis años 16! (…)

Ansia de recibir el Espíritu; que cuando yo abra mis labios, el aliento divino sople en ellos. Impotencia tremenda de mi palabra. Hablo, hablo y nada produzco. Horas y horas, y no transformo a nadei, o casi nadie, aunque ciertamente auxilie a muchos. Me parece claro: pienso que, de ordinario, transmito la Palabra de Dios; mas si la palabra es suya, el aliento es mío, y la palabra sale sin energía. No hay palabra sin aliento. Cuando uno ha perdido el aliento, su palabra no se oye. Y no permito a Dios, a Cristo, alentar por mis labios. ¡Que son todavía tan mios!, sirven tanto a mi propio egoísmo: mis intereses, mis privadas ternuras, mis iras, mis deseos… Habrá de llegar un momento en que todo sea de Cristo. En que mis labios sean de Él y nada más. Ni una sola palaba no suya, y entonces mi voz será arrebatada por ese viento divino, omnipotente. No es culapa de ellos, es culpa mia, al menos ante todo. Cuando el aliento sopla por los labios de un Vicente Ferrer, de un Cura de Ars, de un Juan Bosco, los apegos de los oyentes quedan, literalmente, barridos. Cuando yo hablo indico, pero mi soplo nada derriba. Porque es mío, no suyo. O apenas suyo… Ansia de la venida del Espíritu sobre mí. Atención a su obra. Petición de oraciones; a los santos del cielo, a los cristianos de la tierra. Que suplan mis resistencias anteriores y actuales; nada importa ser deudor de muchos, pero que nadie deje de ser santificado por la infecundiadad de mis labios.

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